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El 28 de noviembre del 2012, mi vida cambió para siempre. Perdí a mi hijo menor por causa de la violencia de armas.

Tenía 26 años, estaba casado y tenía una niña de dos años, su mujer embarazada de nuevo con otra niña. No sé todos los detalles de su muerte. Solamente sé que él y su amigo iban saliendo de una tienda en una esquina de Oakland y los dos fueron atacados a tiros. El amigo de mi hijo sobrevivió pero mi hijo falleció.

Apenas hace dos semanas, la policía detuvo a un hombre en San Jose, California, que tuvo una pelea con un guardia de seguridad. Ahora lo están acusando con el homicidio de mi hijo e intento de asesinato de su amigo.

Intento asistir a los procedimientos judiciales y espero que el asesino de mi hijo sea llevado a la justicia. Pero siento que necesitamos un gran cambio en este país con respeto a las leyes que regulan las armas. Lo que veo es que hay más barreras para comprar ciertas medicinas que una arma. Ciertas recetas no se pueden comprar por internet y uno necesita un chequeo médico, una orden de doctor y tiene que presentar seguro e identificación en la caja. En cambio sí se pueden comprar armas por internet y sin prueba ni antecedentes de que el comprador no es una persona violenta o criminal.

Veo las noticias todas las noches. Todos estos tiroteos en las escuelas, en las universidades, en los espacios públicos, casi siempre son por un joven con problemas mentales que pudo comprar una arma legalmente. ¿Cómo podemos vender una arma a alguien con problemas mentales? Lo mínimo que podemos hacer es requerir un chequeo y una investigación de los antecedentes (médicos y penales) del comprador para averiguar que no tenga una historia de violencia o problemas mentales.

Lo triste es que son los familiares de las víctimas los que sufren por estas fallas de la ley. La noche después de que murió mi hijo, él apareció en las noticias como el homicidio número 160 y algo en Oakland, California. Era sólo un número más entre muchos otros homicidios por las armas en nuestra área.

Pero para su hija – mi nieta que ahora tiene 3 años – es el hombre que está en el cielo con mi papá y mi suegro, “Papás Panchos.” Mi hijo Paquito era buen padre. Después de que murió, mi nuera me dijo que él construía una casita en la sala con las almohadas del sofá para jugar y meterse en ella con su hija. También era buen hijo y hermano.

Ahora sus hijas no lo van a conocer, saber como era, recibir su cariño y apoyo y saber cuanto las quería. Nadie tiene el derecho de hacer esto a otro ser humano.

Para mis hijas y yo, nuestras vidas también han cambiado para siempre. Cuidamos a la bebita de Paquito mientras su mamá trabaja. Antes que se muriera, yo había planeado regresar a México para retirarme. Pero las niñas me necesitan. No podría irme ahora sin preocuparme por ellas.

La muerte de un hijo cambia todo, los planes y la manera de ver la vida. Cambia todo. Nadie está preparada para perder a un hijo, menos de esta manera. No tuve ni la oportunidad de despedirme de él. No nos podemos dejar que el dolor nos acabe porque la vide sigue. Y tengo dos niñas que me necesitan.


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